Eucaris Muzziotty

18 años

El 30 de agosto de 2017 iba camino a su casa en el barrio las Praderas de Petare con su mototaxista de confianza. La mataron dos hombres que los interceptaron para robarlos en Graveuca

La solidaridad de los “vecinos” del cementerio

El 30 de agosto de 2017 la estudiante de Derecho Eucaris Muzziotty, de 18 años de edad, regresaba a su casa en el barrio Las Praderas, en Petare. Iba a bordo de un mototaxi. Dos delincuentes los interceptaron. Un disparo atravesó al mototaxista, la bala impactó en el pecho de la joven y le causó la muerte casi de inmediato.  Todos los domingos, desde hace casi un año, la madre visita la tumba de la joven en el Cementerio del Este. Allí ha logrado compartir su duelo con otras víctimas de la violencia homicida en Venezuela.

María Victoria Fermín K

 

El cumpleaños 19 de Eucaris fue diferente. Como siempre, su mamá le preparó una torta y reunió a toda la familia, pero la celebración tuvo lugar alrededor de la tumba de la joven.

Pasaron la tarde del 21 de junio de 2018 en el Cementerio del Este. Picaron la torta, la recordaron y hasta se llevaron un susto porque el sol inclemente hizo que la abuela Isabel se desmayara por unos segundos. 

Yelitza Rondón, la madre, recuerda ese día como uno de los más tristes de su vida, solo superado por aquella noche del 30 de agosto de 2017, cuando se enteró que Eucaris Muzzioty había sido asesinada de un disparo. Sin embargo, las constantes visitas a su sepulcro le hicieron saber que no está sola en esa situación y que, como ella, hay otras madres que han perdido a sus hijos por la violencia, “por las balas”.

“En el cementerio nos decimos vecinos”, comenta y recuerda, especialmente, a la mamá de Samuel, un joven al que mataron para robarlo, así como al reconocido basquetbolista Juan Manaure, a quien le asesinaron a su hijo de 15 años de edad luego de haber sido secuestrado. “La gran mayoría no eran muchachos malos, estaban jóvenes”, lamenta Yelitza.

A casi un año de la pérdida aún hay quienes abordan al padre, Carlos Muzziotti. “Yo a usted lo conozco, usted es el papá de Eucaris”, le han dicho en la calle ex compañeros de clase y amigos de la muchacha.

Y es que los padres de Eucaris también eran sus amigos y estaban presentes en todos los aspectos de su vida. Tener una madre docente y un padre que la recuerda como “la niña” significaba contar con la mejor guía para avanzar en la escuela, el liceo, el Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces), en la universidad. Eucaris estudiaba segundo semestre de Derecho en la Universidad Santa María (USM): “Quería ser una abogada famosa, como la que sale en un programa de televisión, haciendo justicia (Mónica Fernández, conductora del reality Se ha dicho)”, indica la madre.

Era común que un viernes por la noche Yelitza recibiera una llamada de Eucaris para encontrarse en Madisson, un discoteca ubicada en Los Cortijos, donde la joven solía reunirse con sus primas y amigos para hacer una de las cosas que más le gustaba: bailar. “Dile a mi papá que también se llegue”, le sugería a la madre.

“A ella no le daba pena andar con nosotros… Éramos amigas”, señala. La mujer sonríe al recordar cómo a su hija “le gustaba una fiesta”, sus ocurrencias, su alegría... Los mensajes y cartas que solía escribirles a sus familiares con lápiz y papel, a veces sin ninguna razón en particular, solo para expresar cariño.

 

La madre de Eucaris guarda decenas de cartas escritas por su hija. Foto Iván Reyes

Un día antes del homicidio, Eucaris y su mamá habían acudido a un centro de salud en Parque Cristal para un chequeo médico de rutina. Ahí, sentadas esperando unos estudios, Yelitza le acariciaba el cabello a su hija cuando ella se incorporó para decirle que estaba enamorada.

¿De quién estás enamorada tú? le preguntó Yelitza.

De la vida contestó la muchacha.

¡Tonta! respondió su madre. La abrazó, le dio un beso y la volvió a recostar sobre su regazo.

 

El último mensaje

Su papá siempre la iba a buscar a la universidad. Pero ese día, el 30 de agosto de 2017,  no fue así. Al salir de clases la joven abordó un autobús que la dejó en La California y, allí, se encontró con su mototaxista de confianza para que la trasladara a su hogar en el barrio Las Praderas, en Petare. A las 7:22 de la noche, envió un mensaje de texto para avisar que iba subiendo.

“Todas las noches yo era un fastidio con ella. Le preguntaba ‘Hija, ¿por dónde vienes? Hija, espérate que te vamos a buscar’. Siempre tenía temor”, cuenta Yelitza. Sin embargo, recuerda que esa noche se sentía tranquila. “Con decirte que yo no la llamé. Su papá y su hermano eran los que estaban hablando con ella”, relata casi un año después de la tragedia.

Cuando la moto transitaba por el sector Graveuca, en una zona llamada La Trapera, dos hombres -también en moto- los interceptaron. Una de las versiones indica que pretendían robarle el vehículo.  El mototaxista recibió un balazo que atravesó su cuerpo e impactó el tórax de Eucaris, lo que le causó la muerte casi de inmediato.

 

 

Cuando la noticia llegó a las Praderas, una de sus primas y el hermano de Eucaris, Eddy José, fueron de los primeros que corrieron a verla. Fue el muchacho quien la trasladó -sin signos vitales- al Hospital Domingo Luciani, retiró su cadáver de la Medicatura Forense en Bello Monte y se encargó de todos los trámites correspondientes a este tipo de situaciones. Prefirió ahorrarle más dolor a los padres. “Mi chamito apenas tiene 21 años, pero es muy fuerte”, comenta Carlos.

Eddy también tuvo un papel crucial en que la familia decidiera velar a la muchacha de 18 años en casa de su tía. “Él decía que en la funeraria nos iban a sacar a las 9 de la noche y que no quería que su hermana se quedara sola”, explica Yelitza.

 

Durante tres días, a la casa de Yolay, tía de Eucaris, no paró de entrar gente. Llegaban en camionetica, en moto, a pie. Hacían cola para verla. “Mami esto era lo que tú querías, un millón de amigos”, pensó entonces su tía Yurima, recordando que a la joven le gustaba mucho la conocida canción del artista brasileño Roberto Carlos.

Su papá recuerda que en aquella ocasión su sobrino bromeó sobre cómo llegaron al entierro “tres autobuses de puros novios”, aunque la joven siempre decía que solo tenía amigos. “Eucaris era muy bonita, de verdad, era muy simpática”, dice su padre.

 

Un sueño frustrado

Cuando Eucaris era niña, había noches en que su mamá la sentaba a ella y a su hermano para planificar lo que sería la vida de ambos.

La joven se graduó de bachillerato con 17 años y les dijo a sus padres que quería ser parte del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc). “Lo sacó de él”, dice Yelitza y señala a su esposo Carlos, militar retirado. En la numerosa familia de Eucaris hay varios policías y ex policías.

Con el consejo de un primo, Eucaris decidió esperar unos años antes de intentar ingresar al Cicpc. Mientras tanto proseguiría sus estudios en el Inces y comenzaría a cursar la carrera de Derecho. Lo conversó con sus padres y surgió la opción de la USM. “Eso es mucho dinero para ustedes”, manifestó entonces Eucaris. “No importa, vamos a hacer el sacrificio”, le respondieron Yelitza y Carlos.

Su rutina evidenciaba su compromiso con sus estudios. A las 4:30 am despertaba, una hora después salía rumbo al Inces en Bello Monte. A las 2:00 pm estaba de vuelta en casa y ya a las 4:00 pm iba camino a la universidad. Volvía a casa a eso de las 9:00 pm.

Sentada en la sala de la casa materna, al lado de su esposo y acompañada de su madre, cuatro de sus seis hermanas, los sobrinos, la comadre y algunos vecinos de La Pradera, Yelitza no expresa odio ni rencor: “Tengo mucho pesar, porque por varias semanas ella me dijo que quería ir a la iglesia y no fuimos… Mi fortaleza ha sido Dios. Digo que, con el amor que Él me la dio, con ese mismo amor yo se la entrego. Ella está con Dios, pero sigue viva entre la familia”.